Dirección Espiritual – ¿ Qué es ?
Es cuestión de humildad. La necesidad de un guía para ir adelante por los caminos de la perfección evangélica fue conocida desde el comienzo del cristianismo. Cuando un cristiano busca la plena unión con Dios, la perfecta configuración a Cristo, la total docilidad al Espíritu Santo, conociendo la vulnerabilidad de su entendimiento ante el error y la de su voluntad ante la carne, el mundo y el diablo, si es humilde, busca un guía. Si es humilde. Si es soberbio, se fía de su saber y poder, y no lo busca.
En el siglo IV, por ejemplo, cuando un fiel cristiano, por el camino del monacato, lo deja todo y parte al desierto, lo primero que hace es buscar «un guía espiritual», «un maestro», «un anciano» monje santo y experimentado, «un padre (abba)», que pueda conducirlo por el camino de la santidad. A él ha de sujetarse en todo por la docilidad y la obediencia, pues para unirse plenamente a la voluntad de Dios, muriendo a la propia, no hay camino más corto y seguro. Y no queriendo vivir más tiempo «abandonado a los deseos de su corazón» (Rm 1,24), busca por eso un guía, un maestro, un padre, que le ayude a salir de sí mismo, para unirse del todo a Cristo. Y hoy, y más hoy, estando tan revuelto el mundo y habiendo dentro de la Iglesia tantos errores, esa necesidad de un guía fidedigno es mayor que nunca.
Esto tiene el alma humilde que no se atreve a tratar a solas con Dios, ni se puede acabar de satisfacer, sin gobierno y consejo humano
Es necesario admitir con realismo que los cristianos de hoy, en gran parte, se sienten extraviados, confusos, perplejos, e incluso desilusionados. Se han propalado a manos llenas ideas contrastantes con la verdad revelada y enseñada desde siempre. Se han difundido verdaderas y propias herejías en el campo dogmático y moral, creando dudas, confusiones, rebeliones
Hoy San Juan de Ávila, a cualquiera que intente ir adelante por el camino de la perfección evangélica, le exhorta: «no has de vivir, hermano, por tu seso, ni por tu voluntad, ni por tu juicio; por Espíritu de Cristo has de vivir» (Ser 28,478). Gran parte de los bienintencionados candidatos que entran en seminarios, monasterios, movimientos, traen en su mente muchos engaños y confusiones, y están muy necesitados de ayuda para ir adelante por los caminos de la santidad.
El Magisterio apostólico y los grandes Maestros de espiritualidad siempre han venerado la dirección espiritual.
San Juan de la Cruz enseña que Dios dispone el orden sobrenatural en formas semejantes a las que Él mismo ha dado al orden natural. Y en este sentido, dice, es Dios «muy amigo de que el gobierno y trato del hombre sea también por otro hombre semejante a él»: un padre, un maestro, un médico, un director… (2 Subida 22,9). Podría santificar Dios las almas inmediatamente; pero ha querido hacerlo mediatamente, haciendo participar de su espíritu y de su acción a ciertos hombres que colaboren con Él.
Al trabajar y avanzar en la vida espiritual, no os fiéis de vosotros mismos, sino que con sencillez y docilidad, buscad y aceptad la ayuda de quien, con sabia moderación, puede guiar vuestra alma, indicaros los peligros, sugeriros los remedios idóneos, y en todas las dificultades internas y externas os puede dirigir rectamente y llevaros a perfección cada vez mayor, según el ejemplo de los santos y las enseñanzas de la ascética cristiana. Sin estos prudentes directores de conciencia, de modo ordinario, es muy difícil secundar convenientemente los impulsos del Espíritu Santo y de la gracia divina
León XIII reafirma la validez de la dirección espiritual frente a los americanistas que, alegando la primacía de la libre moción del Espíritu Santo, consideran «toda dirección exterior como superflua, e incluso menos útil para aquellos que quieren tender hacia la perfección cristiana». A éstos les dice: «La ley común de Dios providente establece que, así como los hombres son generalmente salvados por otros hombres, de modo semejante aquellos que Él llama a un grado más alto de santidad sean también conducidos por hombres». Cuando San Pablo, por ejemplo –recuerda el Papa–, recién convertido, pregunta: «¿qué he de hacer, Señor?», y el Señor le remite a Ananías, en Damasco: «allí se te dirá lo que has de hacer» (Hch 22,10) (Cta. Testem benevo-lentiæ, 1899).
El Concilio Vaticano II muestra un gran aprecio por la dirección espiritual, exigiéndola en Seminarios y Noviciados, según establece el Derecho Canónico. La dirección es muy conveniente para la santificación de los sacerdotes (PO 18c), que a su vez deben procurarla, siempre que puedan, a los fieles, especialmente a los jóvenes con indicios de vocación sacerdotal (11a). En los Seminarios, tanto menores como mayores, la dirección ha de emplearse asiduamente en la formación espiritual (OT 3a, 19a), y también ha de ser parte integrante de la vida religiosa, en su formación y en su desarrollo (PC 14c, 18d).
La acción pastoral de Cristo es modelo permanente y universal. Y el Señor, teniendo solamente tres años para llevar adelante Él solo la obra entera de la implantación del Reino de Dios sobre la tierra, sin embargo, distribuye su actividad, su tiempo, su dedicación, en círculos concéntricos de menor a mayor: los tres, Pedro, Santiago y Juan, los doce, los setenta, la muchedumbre. Así nos consta por los Evangelios. Y así debe seguir planteándose el trabajo pastoral en la Iglesia de hoy.
Actualmente, con tanta escasez de sacerdotes y con tantas necesidades pastorales apremiantes, fácilmente la dirección espiritual viene a considerarse como un lujo más bien superfluo dentro del conjunto de los ministerios pastorales. Y ése es un error muy grave. Hemos de seguir el modelo pastoral de Cristo en todo lo que nos sea posible. En una parroquia, por ejemplo, deben desarrollarse cultivos pastorales amplios, como de agricultura: liturgia, catequesis, enfermos, cáritas, etc.; pero no deben faltar cultivos más reducidos e intensos, como de jardinería: y ahí se sitúa, entre los demás ministerios, la dirección espiritual.
El crecimiento de la comunidad cristiana exige acciones pastorales extensas y también intensas, más concentradas en grupos pequeños o en personas concretas. Todos los ministerios son necesarios, aunque cada sacerdote, por supuesto, no es capaz de ejercitarse en todos ellos. Y la dirección espiritual tiene entre todos los ministerios una gran necesidad, pues allí donde no hay un cultivo pastoral suficientemente intenso y profundo, no podrán ser fecundos los cultivos más extensos. No habrá, por ejemplo, vocaciones sacerdotales y religiosas, sin las cuales el servicio apostólico del pueblo se ve tan gravemente comprometido.
Este criterio parte de la imitación pastoral de Cristo, pero al mismo tiempo se fundamenta en una verdad muy profunda e ignorada: más agrada a Dios y a los hombres un santo, un cristiano perfecto, que un millón de cristianos imperfectos. Más crece la Iglesia con un San Juan de Ávila que con mil sacerdotes mediocres. Más le dice a la gente una madre Teresa de Calculta que un millón de religiosas mediocres. Es evidente.
Comentando a Santo Tomás, enseñan los Salmanticenses: «1. Un justo perfecto agrada más a Dios y lo glorifica más que muchos justos tibios e imperfectos… [Por tanto] 2. Más agrada a Dios y le glorifica un predicador o maestro de espíritu que convierte a un solo pecador llevándolo a la perfección, que el que convierte a muchos dejándolos tibios e imperfectos. 3. Hace cosa mejor y glorifica más a Dios el predicador o maestro de espíritu que con su doctrina y ejemplo lleva a gran perfección a un justo imperfecto, que quien convierte a muchos del pecado, dejándolos tibios e imperfectos» (Tractatus de caritate disp.3 dub.3).