Querida comunidad parroquial, ahora que empezamos un nuevo curso, queremos recomendar una breve reflexión sobre la vida eucarística
Se trata del libro “ Con el corazón en Ascuas”, de Henri. J. M. Nouwen.
Basado en el relato de los discípulos de Emaús, que tan familiar nos es a todos, que tantas veces seguramente hemos oído, leído y meditado, y que tan cercano nos es a toda la comunidad por medio, precisamente, de los “Retiros de Emaús”, el autor nos invita a una nueva reflexión, haciendo un paralelismo con la Eucaristía y la vida eucarística.
“ Aquel mismo día, iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba unos once kilómetros de Jerusalén y conversaban entre si sobre todo lo que había pasado…”
( Lucas 24, 13 y sucesivos)
Así como los discípulos iban cabizbajos y abatidos, nosotros llegamos a la Eucaristía con todos los agobios del mundo. Con todas nuestras heridas, nuestras perdidas, nuestros fallos… y por todo ello clamamos “Señor, ten piedad”.
Es entonces cuando el Señor, como a Cleofás y su amigo, nos explica lo que dicen de Él las Escrituras. En la liturgia de la Palabra, el Señor Jesús se nos hace presente, nos habla a cada uno al corazón, en las circunstancias de nuestra vida y nos ilumina interiormente para que comprendamos su Palabra.
Una vez oída su Palabra, le invitamos a entrar en nuestra vida. Aunque aún no sepamos bien quién es realmente, no comprendamos muchas cosas, queremos que se quede con nosotros . Y por eso decimos: Yo creo.
Seguramente no estamos acostumbrados a pensar en la Eucaristía como una invitación a Jesús para que se quede con nosotros, sino al contrario, tendemos a pensar que es Jesús quien nos invita. Pero es importante recordar que Jesús nunca impone su presencia, y seguirá su camino a menos que lo invitemos a quedarse.
Como hizo con los discípulos de Emaus, si se lo pedimos, Jesús aceptará la invitación y se quedará a compartir la mesa con nosotros. Y entonces sí, volverá a tomar su lugar como anfitrión, partirá el pan y nos abrirá los ojos del corazón para poder reconocerlo verdaderamente.
Tras reconocerlo y dejarle entrar en nuestra vida, al igual que los discípulos de Emaús que volvieron corriendo a Jerusalén a contar a los demás lo que les había sucedido, la última parte de la Eucaristía es la misión. Debemos ser testigos de la presencia del Señor resucitado en nuestro entorno, en nuestra vida, empezando por los más cercanos.
Esperamos, querida familia, que la meditación de este pequeño libro os sea de provecho y nos sirva a todos para crecer e n nuestra vida Eucarística y de comunidad parroquial.