Querida familia Parroquial, ¡feliz mes de la Virgen!
Tocando con los dedos el verano y el merecido descanso del curso, dedicamos este mes a nuestra queridísima Virgen María, cuya vida y vocación es imagen de la vida de los Santos, y de la nuestra propia.
¿Y cómo imitar a la Virgen? Contemplándola encontraremos intimidad con Dios y encontraremos la Ley de Dios como el yugo amable del único amor irresistible.
Para ayudarnos en dicha contemplación, este libro, “El Junco de Dios”, nos acerca al junco/cáliz/nido vacío que iba a recibir al pequeño pájaro divino: vacío, porque para ello hay que deshacerse de todo lo superfluo, y recordar en cada segundo que somos hechos de las manos de Dios, que nada nos pertenece y que no se necesita nada más que el milagro, tantas veces inadvertido, de restaurar en nosotros, siempre que queramos, nuestro corazón virginal.
La Virgen, a través de su FIAT, su confianza absoluta en Dios, su espera, su vida cotidiana, su matrimonio con San José, su sufrimiento y su entrega de lo que más quería, tuvo su unión con Dios. Y si llegamos a imitar su vida, podremos vislumbrar cómo nuestras manos son las manos de Cristo, porque nuestro servicio y paciencia permite a Cristo servir a través de nosotros.
Pero esto no es un camino fácil ni rápido, hemos de dejar que Cristo crezca en nosotros como lo hizo en María, ya que tiene que haber un periodo de gestación antes de que algo pueda florecer.
Este florecer o anhelo del hombre de su felicidad a través de la entrega, es un impulso universal de toda la humanidad que hace que todo ser humano (lo sepa o no) busque durante toda su vida a Cristo; a veces no lo conoce directamente, pero sí conoce la bondad a la que tiende su corazón. A veces esa búsqueda, Tu padre y yo te buscábamos angustiados (Lc 2,48), se hace más intensa en los momentos de sufrimiento, pero bien sabe Dios que es el sentido de la pérdida el que nos salva de un exceso de confianza en nuestros ídolos y nos lleva a seguir buscándole. “Buscad y encontrareis” (Mt 7,7).
Sabemos que nuestro amor es egoísta, a diferencia de la Virgen que llevó a cabo una entrega sin defecto. Ella se entregó a sí misma y encontró a su Niño perdido en el Calvario, porque allí encontró a Cristo en cada persona y cada uno encontró a Cristo en ella.
En nuestra búsqueda, la contemplación de María se hace activa. A través de la fe, somos como ciegos que aprenden, a través del tacto de las manos, a acariciar los rasgos del rostro que no podemos ver. Nuestro primer acto de fe es pensar que Dios está presente en mi, y el segundo acto es ver a Cristo en los demás.
Familia, no dejemos de contemplar a María. Tal y como decía San Luis María Grignion de Monfort, “María es el camino más seguro, fácil, rápido y perfecto para llegar a Jesucristo”.
¡Feliz mes de la Virgen!
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