Niña Juana. El Misterio de Cubas de la Sagra.
(María Vallejo-Nágera)
Lectura novelada y sorprendente de Sor Juana de la Cruz.
Tomasa, empleada de hogar sesentona, se encuentra un día a su señora -dama de la alta sociedad madrileña-, asesinada en el chalé en donde lleva trabajando cuarenta años.
Abrumada por la investigación policial a la que se ve sometida como sospechosa de la muerte, acude a pedir socorro a una anciana tía religiosa, cuyo humor y sabiduría sabe que le pueden procurar consuelo.
A través de la picardía y las historias de su tía, se ve envuelta en un sorprendente, verídico y misterioso relato basado en una extraña y fascinante mística que vivió entre los siglos XV y XVI: Juana de Cubas de la Sagra. La monja franciscana española conocida como sor Juana de la Cruz fue una extraña y fascinante mística que vivió entre los siglos XV y XVI en el beaterio de Santa María de la Cruz de Cubas, y cuyos milagros tanto en vida como tras su muerte son muchos y muy documentados. El lugar donde se fundó el convento donde vivió, y que luego ella impulsó como monasterio, ya había sido el centro de una serie de apariciones marianas a la niña Inés Martínez en 1449. Los historiadores dicen que «se sabe más sobre las apariciones de Cubas de la Sagra que casi sobre cualquier otro episodio semejante en España hasta el siglo XVIII, por haberse conservado una copia de las investigaciones de las visiones y de las declaraciones tomadas sobre las subsiguientes curaciones milagrosas».
Juana Vázquez Gutiérrez nació en 1481 y falleció en 1534 en olor de santidad. Su cadáver quedó incorrupto, y Roma abrió proceso canónico en 1621. En plena Guerra de la Independencia los soldados de Napoleón profanaron el cuerpo y robaron el arca de plata que lo contenía. Las monjas rescataron los restos y los guardaron en un arca de madera. Más de un siglo después, cuando estalló la Guerra Civil española, la escondieron apresuradamente, junto a su rosario y varios ropajes y reliquias, tras un muro del convento, que finalmente fue incendiado. Todo quedó en el olvido hasta que en 1986 se reabrió el proceso de la Santa Juana y en 1990 se produjo el misterioso hallazgo de sus restos, siguiendo el rastro de olor a flores que podía percibir la abadesa. En 2015 el papa Francisco firmó un decreto de virtudes heroicas sobre esta mujer excepcional, gran profeta, predicadora y teóloga.